El vecino de Jesús
La noche estaba llena de estrellas y un grillo se ocupaba de hablarle insistentemente a la luna como si esta pudiera escucharlo. El viento del oeste traería un súbito fresco que obligaría a cubrirse los ojos para evitar que la arena moleste la vista. El día había pasado y con él las penas de todo el mes. Habían sido tiempos duros y de no ser porque tenía una familia que mantener, lo habría abandonado todo. La muerte de tres ovejas en solo una semana era causa de su mal humor que todo lo invadía. Caminó hacia su hogar arrastrando sus desgastadas sandalias que eran testigo del peso sobre sus hombros. Sus pasos, cortos y cansados, lo guiarían una vez más al encuentro con la realidad.
Días antes se sentiría acompañado en su malestar al escuchar que incluso su vecino, un viejo pastor, discutía con una pareja que insistía en quedarse algunos días en su pesebre por falta de alojamiento en la ciudad. Ya ni un joven amor se escapaba de los pesares cotidianos y encontraría en ello una confirmación para su molestia cotidiana. Como quien busca justificarse en cualquier oportunidad, encontraría en todo una razón para tener razón. Ofuscado y acostumbrado, recorrería con nostalgia un pasado que recordaría feliz aunque tampoco lo hubiera sido. La idea de que viejos tiempos eran mejores generaba otra excusa para sentirse acreedor de un mejor presente.
Continuó llevando a rastras su caminar y por algún extraño motivo levanto su cabeza al cielo. Acostumbrado a vivir mirando al suelo, su horizonte quedaba lejos de sus ojos y el firmamento aun más. Fue en ese instante donde una estrella distinta a los demás llamo su atención. Podía ser el exceso de calor durante su travesía en el día que lo había dejado mareado, o simplemente una alucinación producto del cansancio, pero esa estrella tenia algo especial, distinto. Sin darse cuenta se vio siguiéndola, como si se sintiera atraído hacia su senda. No tenia una explicación cuerda sobre su comportamiento pero de igual forma continuó.
En el medio del camino recordó como de pequeño su padre lo encontraba siempre perdido en la ventana con su mirada puesta en lo infinito de la noche. Aquel pasatiempo lo hacía preguntarse desde niño que habría mas allá de la inmensidad del cielo. Dudas y sospechas infantiles acompañaban su inocencia y, en un esfuerzo por querer comprenderlo todo, volaba con su imaginación. Había navegado en mares de miedos y esperanzas tratando de averiguar que existiría del otro lado. Su madre le aconsejaría una y otra vez que en el templo encontraría las respuestas pero esa idea lo agotaba de solo pensarla. Ancianos de largas túnicas y atuendos que ellos mismos nombrarían como santos, lo mirarían desde lo alto. Recorrerían con sus ojos la pequeñez de su existencia y sonreirían al verlo. Lejos de hacerlo sentir cómodo, jamas había podido preguntarles sobre todo lo que su corazón quería saber. Si su Dios todo lo sabia, tenia una muy mala elección sobre quienes transmitían su mensaje. Las tradiciones ancestrales no lo conmovían y poco a poco se había alejado del verdadero sentido de las mismas. Las practicaba por costumbre mas que por convicción y podía ver como incluso el resto de su familia pensaba de igual forma. Con el correr de los años se había formado la idea de que nada había mas allá de las nubes y con su presente le alcanzaría. Un vacío existencial lo ocuparía todo y terminaría aceptando que la paz era una idea lejana a la realidad. Creada para albergar algún tipo de esperanza pero imposible de alcanzar. El pasado lo confirmaba y el presente lo terminaba por angustiar.
Al dejar de recordar se dio cuenta que había llegado hacia su casa sin quererlo. La estrella continuaba en lo alto y al seguirla sin pensar no se había alejado del camino de cada día. Su regreso habitual coincidía con ella y tal coincidencia le despertó una curiosidad similar a la que tenia de niño. Invadido por preguntas inexplicables escuchó el llanto de un bebe en el establo vecino. Un mar de voces lo acompañaban que lo motivaron a dirigirse al interior del lugar. Fue allí cuando percibió algo diferente. Un calor repentino lo abrazo sin avisar y solo atino a preguntar que había pasado para que tantas personas estén allí con el recién nacido. Un pastor que se encontraba a su lado le sonrió y le susurro al oído, "el Salvador ha nacido". Envuelto en lagrimas que no pudo contener volvió a mirar al cielo y se dio cuenta que aquella paz, que nunca había podido alcanzar, lo había alcanzado a él...