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El vecino de Jesús

La noche estaba llena de estrellas y un grillo se ocupaba de hablarle insistentemente a la luna como si esta pudiera escucharlo. El viento del oeste traería un súbito fresco que obligaría a cubrirse los ojos para evitar que la arena moleste la vista. El día había pasado y con él las penas de todo el mes. Habían sido tiempos duros y de no ser porque tenía una familia que mantener, lo habría abandonado todo. La muerte de tres ovejas en solo una semana era causa de su mal humor que todo lo invadía. Caminó hacia su hogar arrastrando sus desgastadas sandalias que eran testigo del peso sobre sus hombros. Sus pasos, cortos y cansados, lo guiarían una vez más al encuentro con la realidad. 
Días antes se sentiría acompañado en su malestar al escuchar que incluso su vecino, un viejo pastor, discutía con una pareja que insistía en quedarse algunos días en su pesebre por falta de alojamiento en la ciudad. Ya ni un joven amor se escapaba de los pesares cotidianos y encontraría en ello una confirmación para su molestia cotidiana. Como quien busca justificarse en cualquier oportunidad, encontraría en todo una razón para tener razón. Ofuscado y acostumbrado, recorrería con nostalgia un pasado que recordaría feliz aunque tampoco lo hubiera sido. La idea de que viejos tiempos  eran mejores generaba otra excusa para sentirse acreedor de un mejor presente. 
Continuó llevando a rastras su caminar y por algún extraño motivo levanto su cabeza al cielo. Acostumbrado a vivir mirando al suelo, su horizonte quedaba lejos de sus ojos y el firmamento aun más. Fue en ese instante donde una estrella distinta a los demás llamo su atención. Podía ser el exceso de calor durante su travesía en el día que lo había dejado mareado, o simplemente una alucinación producto del cansancio, pero esa estrella tenia algo especial, distinto. Sin darse cuenta se vio siguiéndola, como si se sintiera atraído hacia su senda. No tenia una explicación cuerda sobre su comportamiento pero de igual forma continuó. 
En el medio del camino recordó como de pequeño su padre lo encontraba siempre perdido en la ventana con su mirada puesta en lo infinito de la noche. Aquel pasatiempo lo hacía preguntarse desde niño que habría mas allá de la inmensidad del cielo. Dudas y sospechas infantiles acompañaban su inocencia y, en un esfuerzo por querer comprenderlo todo, volaba con su imaginación. Había navegado en mares de miedos y esperanzas tratando de averiguar que existiría del otro lado. Su madre le aconsejaría una y otra vez que en el templo encontraría las respuestas pero esa idea lo agotaba de solo pensarla. Ancianos de largas túnicas y atuendos que ellos mismos nombrarían como santos, lo mirarían desde lo alto. Recorrerían con sus ojos la pequeñez de su existencia y sonreirían al verlo. Lejos de hacerlo sentir cómodo, jamas había podido preguntarles sobre todo lo que su corazón quería saber. Si su Dios todo lo sabia, tenia una muy mala elección sobre quienes transmitían su mensaje. Las tradiciones ancestrales no lo conmovían y poco a poco se había alejado del verdadero sentido de las mismas. Las practicaba por costumbre mas que por convicción y podía ver como incluso el resto de su familia pensaba de igual forma. Con el correr de los años se había formado la idea de que nada había mas allá de las nubes y con su presente le alcanzaría. Un vacío existencial lo ocuparía todo y terminaría aceptando que la paz era una idea lejana a la realidad. Creada para albergar algún tipo de esperanza pero imposible de alcanzar. El pasado lo confirmaba y el presente lo terminaba por angustiar.
Al dejar de recordar se dio cuenta que había llegado hacia su casa sin quererlo. La estrella continuaba en lo alto y al seguirla sin pensar no se había alejado del camino de cada día. Su regreso habitual coincidía con ella y tal coincidencia le despertó una curiosidad similar a la que tenia de niño. Invadido por preguntas inexplicables escuchó el llanto de un bebe en el establo vecino. Un mar de voces lo acompañaban que lo motivaron a dirigirse al interior del lugar. Fue allí cuando percibió algo diferente. Un calor repentino lo abrazo sin avisar y solo atino a preguntar que había pasado para que tantas personas estén allí con el recién nacido. Un pastor que se encontraba a su lado le sonrió y le susurro al oído, "el Salvador ha nacido". Envuelto en lagrimas que no pudo contener volvió a mirar al cielo y se dio cuenta que aquella paz, que nunca había podido alcanzar, lo había alcanzado a él...


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Con un destino diferente

Miró su reloj y se dio cuenta que había pasado mas tiempo del que imaginó. Las nubes teñían la tarde y en el gris que reinaba aun podían verse algunas aves escaparse de los arboles que todo lo cubrían. El tren comenzaba a llegar a la estación y pudo divisar, a lo lejos, el anden que se acercaba lentamente. Con la ansiedad de quien espera algo, deseó estar fuera de aquel vagón para poder estirar sus piernas. El viaje lo había agotado y esperaba como consuelo terminarlo. Dejó escapar una mirada mas al cielo y fue entonces cuando el sonido de los frenos anunciaron su llegada, anticipándose al grito a viva voz del guarda. Con un suspiro y una mirada cansada, dijo mucho de lo que estaba viviendo sin emitir palabra. Sabia bien que culpar al viaje por sus hombros caídos y su rostro angustiado seria mentir descaradamente. 
En ese momento se preguntó si la razón por la que viajamos es para dejar atrás nuestra partida. No supo responderse y dudo un instante al descubrir que estaba escondiendo un verdadero escape. Había recorrido mucho por creer que cuanto mas lejos llegara, menos pasado tendría a cuestas. Como quien pretende esconder el sol con su pulgar, ahogar un llanto cubriéndose la cara o aparentar fortaleza endureciendo su corazón, se había mentido una y otra vez. Un viaje jamás deja atrás su partida. Ella misma es parte del destino, porque sin tal no habría llegada. Paradoja sin sentido que volvía en vano cualquier intento por seguir adelante. 
Con el ceño fruncido y su razonamiento en contra, dirigió su andar a uno de los bancos del lugar. El frío, que delataba a la noche esperando su turno para aparecer, lo envolvió sin rodeos. Intentaría ordenar sus pensamientos antes de que se agolparan violentamente en su cabeza. Fue así que no se percató siquiera del extraño que lo estaba acompañando sentado a su lado y lo miraba detenidamente. En el fragor de la lucha que se libraba en su mente, había descartado tanto angustias como alegrías sin pensarlo y por igual. Había caído en la cuenta de que la distancia no evitaba el dolor y en medio de su pena el día se oscureció aun mas. 
"Nunca es tarde para volver" escuchó. Acompañó su frase con una cálida sonrisa mientras miraba a su alma. Aquel extraño, tan anónimo como desconocido, en un instante se volvió familiar. Atinó a querer responderle pero fracaso en su balbuceo sin sentido. No tenia nada que decir y escucharlo fue su único sentir. Al fin y al cabo se había hablado tanto a si mismo que una voz diferente era bienvenida en su propio caos. Su mundo se había vuelto tan ajeno a los demás que se permitió una cuota de realidad en su vida. Fue asi que sin darse cuenta recibió algo mas que su compañía. Se decía llamar hijo de Dios, de aquel Dios que la biblia solía hablar. Un extraño hijo de alguien que creía conocer.
Con los años no recordaría que fue de esa charla iniciada con tan particulares palabras pero quedaría grabada a fuego la fecha en la que se dio. Su lenta agonía, agonía que había vivido hasta ese tiempo, terminó por expirar al descansar en esa mirada. En ella emprendió su ultimo gran viaje de regreso a su hogar. Pudo darse cuenta que el dolor siempre había estado con él y al decidir dejarlo de lado no necesito seguir escapando. Aquel desconocido lo invitó a creer en su Dios mientras le acercó respuestas a tantas preguntas que tenia. Como quien se siente perseguido por su sombra y deja de correr al descubrir la luz, abandonó la idea de querer tapar el sol, ahogó el llanto en Su abrazo y su corazón cambió. De esa forma volvió a viajar nuevamente pero con un destino diferente...







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Un café en la intimidad

Las sábanas se habían mareado en el correr de la noche y despertó entrelazado entre ellas sin saber como podían enredarse tanto. Abrió un ojo y con mucho esfuerzo el otro, sintiendo la obligación de despertar. La noche no daba paso al día y en plena oscuridad tanteo a ciegas su celular. La madrugada llegaba a su fin poco a poco. Era una realidad que su rutina diaria tenía que comenzar y decidió enfrentarse a esa idea. Era imposible negarla, y al fin y al cabo, todo un día lo esperaba. Evito los correos recibidos e hizo caso omiso a las redes sociales que clamaban por ser revisadas. Tenía otras tareas que realizar antes de que las mismas lo terminen ahogando en mensajes y comentarios que hacer. Se sentó sobre su cama, cargando aún sueños por dormir, y se decidió a comenzar. 
Una voz llena de silencio lo llamaba como cada mañana y en su corazón podía sentirla con total claridad. Con el correr del tiempo había podido aprender a escucharla y entre tantos despertares, el inicio del día no era tal sin aquella voz que lo invitaba a encontrarse con su presencia. En otra época el pensar así hasta lo habría asustado. Era difícil imaginar en aquel pasado un presente como el que vivía. Distinto, único, especial. Cada vez que se ponía a reflexionar sobre ello volvía a agregarle algún adjetivo más, como si el idioma pudiera, de alguna forma, describir lo que sentía en su cotidianeidad. 
Dejo la cama atrás y se encaminó a prepararse un café. Su taza protagonizaría el desayuno y en su mejor momento ofrecería un ambiente cálido y acogedor. Sin embargo, por más buena intención que tuviera, aquel café no podría ser el centro de esa parte del día ya que no sería el único acompañante presente en la mesa. Ya despierto y con su aparente soledad a cuestas, su taza humeante era el complemento perfecto para un encuentro que se volvía cada vez más necesario a medida que transitaba su vida. 
En su infancia había escuchado muchas veces que una oración al Dios de sus padres tenía mas relación con un recitado lento y religioso que con una charla entre dos íntimos. Había cargado con esa idea por años, años que permitieron que cualquier tipo de interés por realizar esa costumbre se volviera nula. No tenía sentido, ya en su madurez y dominio propio, volver a repetir prácticas que resultaron vacías ayer y volverían a serlas hoy. Carente de intensiones que lo llevarían a querer siquiera acercase a Dios de esa forma, buscó encontrarlo en lugares y personas, fracasando a cada paso de su errante camino. Cansado y desgastado por singular tarea sin sentido, supo sepultar en el olvido todo deseo de búsqueda similar. 
Fueron varias las veredas transitadas y muchos los ojos que lo vieron pasar. Y en ese ritmo frenético y sin rumbo, termino encontrando sin querer aquello que había dejado de buscar hacía tiempo. Le echaría la culpa a la crisis que sufrió aquella vez, a la desesperación que vivió o simplemente al mero azar. Sin embargo entendería más adelante que Dios, aquel Dios que sus padres conocían y que luego sería también el suyo, lo había esperado pacientemente y no era una causalidad que terminara llamándolo en medio de la oscuridad de su vida. Había clamado, y sin creer que fuera tan sencillo como ello, accedió a conocerlo de una forma que jamás había vivido. Fue así que tuvo un encuentro con lo eterno y desde ese día, sintió la necesidad de no perderlo. 
Sonrió apenas termino de servirse el café que lo invitaba a sentarse a la mesa. Sonrió recordando su propia historia. Historia que encontraba hoy al Creador y a su hijo juntos en medio de una charla única e irrepetible, compartiendo un café en la intimidad...




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Comenzar

 Por la ventana se podía ver como el sol comenzaba a despertarse tímidamente entre nubes que hasta ayer amenazaban con largar su furia contenida. Era un buen día. Era de esos que logran a uno desperezarlo a tal punto de querer enfrentarlo y vivirlo. Fue así como iniciaba esa jornada y mientras su mirada aun recorría todo lo que encerraba esa mañana de verano, recordó como fue que termino aquel año agitado. Si bien ya se encontraba considerablemente atrás no podía cerrar aquel periodo sin reflexionar sobre él. Había sido de esos llenos de emociones fuertes, emociones que llenaron todo los espacios de su vida y lo tuvieron tanto en el cielo como en lo más profundo de sus miedos. El tiempo había pasado velozmente y aun no había tenido un momento siquiera de rememorar sus días cuando de repente se encontró con que habían terminado de contarse los doce meses y el marcador arrancaba de nuevo. Todo final anuncia un nuevo comienzo, solo que esta vez estaba perdido y aun no había empezado a caminarlo. 
 Desayunó rápidamente y le regaló un momento mas a sus pensamientos. Su pluma no escribía y su mente deambulaba entre fragmentos de felicidad tardía y un porvenir desconocido. No estaba ni allá ni acá. No estaba en ningún lugar a la vez y la inseguridad crecía al ver que se sentía con la obligación de comenzar de nuevo y no encontrar un modo de hacerlo. O tal vez no quería encontrarlo, recordaba haber escuchado su voz pero no la quería oír. Sin separar la vista de aquel fragmento de realidad que la ventana le ofrecía, sus ojos miraron más allá y se encontró con una sombra de ella en su memoria. Aún podía ver su silueta, borrosa pero no olvidada. Quien supo dejar una huella en uno no deja de existir y vive en el recuerdo sin nunca desaparecer. 
 Al empezar su rutina del día, esa voz que había escuchado empezó a ser más real. Quizás por desconfianza o quizás por estar agotado por aquel año que acababa de finalizar en un abrir y cerrar de ojos, sus palabras se sentían distantes e imposibles, alejadas de su realidad. Sin embargo, y sin esperarlo, una brisa calurosa que se filtro por las cortinas lo sorprendió pensando nuevamente en ella. Sin darse cuenta, en esos susurros que oía a lo lejos, estaba empezado a contar de nuevo y aquella voz tenía un rostro, rostro que le era familiar. Había sabido conocerlo muy bien y podía entender su mirada. Una mirada que no se había perdido con el tiempo y tenia la misma forma de mirar. Había escuchado decir que los ojos son la ventana al alma y así como lo había entendido en su momento sabia que podía verla detrás de ellos. Allí estaba, inamovible y expectante. Dio sus primeros pasos y abrió el juego para avanzar. 
 Nadie, por mas decidido que esté, tiene la certeza suficiente para saber que es lo que se espera a la vuelta de cada esquina del camino. Y su historia no fue la excepción. Aquella que empezaron por ensayar y les quedaba libreto por interpretar seguía allí, dispuesta a ser protagonizada. Fue así que descubrió gestos, palabras, espacios donde sus ojos dijeron mas que lo que pensaba encontrar del otro lado y termino por sentirse en el momento correcto para cerrar aquel año y comenzar el que estaba viviendo. 
 La mañana de aquel día lo esperaba pero era solo un fragmento de todo el año que pensaba descubrir a su lado. Cada detalle era diferente y tenia su nombre presente. Se encomendó a Dios y encaminó sus pasos a la puerta que lo separaba del mundo exterior. La mañana veraniega pedía ser vivida con su sonrisa presente y la mirada en lo alto. El cielo y la tierra pueden ser un mismo lugar en ocasiones.



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Despedidas


Aquel día de otoño parecía invitar a uno a tomarse un café y así había sido. Sentado frente a la ventana de aquel bar podía ver de lejos los árboles pelados por un abril que se perdía en el calendario. Una ráfaga de viento hizo volar de entre sus manos el periódico de un señor en la esquina ofreciendo un espectáculo merecedor de una sonrisa. Mientras se desdibujaba su feliz mueca desvió la mirada de la calle y al volver a sumergirse en sus pensamientos el mozo depositó en su mesa el desayuno. Tenía por costumbre llegar mucho tiempo antes de lo indicado a cada lugar donde debía ir por lo que entretenerse viendo la vida pasar era la forma de consumir minutos de espera. El sabor intenso que ofrecía su taza humeante lo había despertado al punto de recordar porque estaba allí. La esperaría en el lugar donde se habían encontrado por primera vez y el solo imaginarse ese encuentro lo hacía sentir mejor. Observó el reloj del lugar y supo que la demora no sería eterna. Mientras los segundos anunciaban la partida del tiempo que no volvería tras sus pasos, la vio venir. Decidida como la conocía, cruzó la puerta sin dudarlo y comenzó a buscarlo con la mirada. Disfrutó al verla encontrarse con sus ojos y ella encaminó su andar hacia la mesa donde la miró desde que había entrado. Su rostro no escondía la belleza que había sabido conquistarlo tiempo atrás pero esta vez un rasgo de preocupación se dejaba entrever en sus facciones. Al acercarse estuvo seguro de que algo no la dejaba ser como solía y sintió la necesidad de preguntarle si se encontraba bien. No sería un día como otros tantos y no volverían a serlo de allí en adelante. Había partido quien supo conocerla desde pequeña y la pérdida irrecuperable de su presencia se convertía hoy en un dolor que guardaría para sí. Tomo entre sus manos las suyas y la escuchó. Su fuerza se mantenía firme y a pesar de aquel momento difícil le regalo una sonrisa al sentirse acompañada. Había quedado en el tintero una despedida sin escribir y ella sentía su falta.
Quien parte deja atrás un pasado que se convertirá en legado si supo dar correctamente sus pasos. Quien parte no deja de caminar caminos sino que los hace en senderos donde ya no podemos acompañarlo. Al menos no todavía. Quien parte muchas veces no se despide, simplemente inicia su viaje a espaldas de un saludo que no se dió. Parece egoísta, como un final inconcluso, sin embargo a veces sucede y no depende del protagonista el guion que le toca vivir. Quien parte inicia otro viaje, sin mapa ni equipaje, sin nosotros. Fue esto último que logro vencerla y se sintió sola por un momento. Ella sabía que los caminos que alguna vez se cruzaron se vuelven a encontrar a pesar de la distancia que les toque recorrer pero en el mientras tanto le dedicaría lagrimas. Había escuchado que despedirse hace de un antes y un después entre dos personas. Despedirse es saludarse sabiendo que luego sus pasos irán en sentidos diferentes. Ella sabía hacia donde se dirigiría y sintió paz en medio de la tormenta. A pesar de todo no estaría solo y quien lo acompañaría estaría también con ella.
Él pudo ver como aquel bar había cambiado su clima y en un gris sin emoción los acompañaba esa mañana. Mañana que perdía color a medida que los instantes se sucedían unos a otros. Pidió un café para ella y uno más para sí. Compartirían aquel momento. Estaba decidido a aliviar su carga con palabras que querrían decir más de lo que podían. Porque existen emociones que solo pueden sentirse y expresarlas se vuelve un deseo imposible de reflejar hablando. Le dedicó una mirada y ella entendió su mensaje. Le dejaría en la misma su compañía incondicional y su más desmedido esfuerzo por verla feliz. Porque también quien había partido lo hubiera deseado.
Dejamos huellas en quienes están a nuestro lado. De eso se trata vivir. Al partir, esas huellas serán los recuerdos que valgan la pena ser recordados y ese es el destino que toda memoria debería conservar. El duelo es necesario pero mantener el legado de quien se ha ido es la mejor forma de que su presencia aun continúe con nosotros. Despedirse a veces no sucede pero permite también que quien no está aun siga presente como si, olvidándose de viajar, se quedara un rato más. Si bien es verdad que nos quedan pendientes tantas cosas por decir, ninguna ausencia es eterna y pasos más adelante la oportunidad de ser escuchados por esa persona se dará.
El silencio enmudeció en aquella mesa y los encontró tomados de la mano con las tazas a medio beber. Habían transitado juntos los minutos que se agolparon luego de encontrarse y el tiempo fue testigo de sus miradas. Aun no se habían apartado sus ojos de los de ella y sonrió al verla mejor. Al terminar su encuentro se despedirían con un beso, despedida que escondía en si misma un nuevo encuentro...




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Letra y música

Sonó una melodía de fondo. La conocía, solo que no sabía de dónde ni cuándo la había escuchado. Cada nota que pasaba la hacía aun más familiar y comenzó a sentirse cómodo en ese lugar. Las teclas de aquel piano podían decirle mucho en tan poco tiempo y eso permitía hacerlo estar a gusto.  Tomó su copa y recordó porque estaba allí. Como quien trata de ahogar en las aguas del olvido sus más dolorosos recuerdos, trato de que sus errores y malas decisiones se terminaran en cada trago aquella noche. Sorbo a sorbo intentaría hacerse amigo de su silencio quien era su mejor compañero cuando se ponían a hablar. Pero aun esa misma noche podía darle algo más y lo desconocía. Sin siquiera levantar la vista, pudo entender que la melodía que escuchaba terminaría por llevarlo adonde la soledad no encontraba con quien estar. ¿Por qué se sentiría así? ¿Qué tendría de especial su música? Dicen que las casualidades no existen y no es casualidad que lo digan. De repente y sin darnos cuenta nos podemos ver envueltos entre notas que denotan algo más que unos acordes al pasar. 
Terminó su copa pero no quiso irse. Algo le impidió abandonar la sala y fue allí que alzó la mirada hacia el piano de la entrada que lo invitaba a seguir escuchándolo.  Intentaría días más tarde y sin éxito, recordar que fue lo primero que lo hizo perderse al haberla encontrado tan especial. Culparía a sus ojos, pero sin estar seguro, como sentenciándolos de un hecho que le era difícil de probar. Bien sabía que a pesar de que su mirada lo había dejado sin palabras, había contado con muchos más cómplices en su forma de ser que lograron su cometido. 
En medio de aquella escena, quiso saber su nombre, buscar algo de realidad en medio de tanto sueño. Sospechó durante buen tiempo si en pleno desierto una mala jugada de su conciencia le había hecho imaginar cosas que no existían. Porque los desiertos son así. Los venia transitando desde mucho antes de aquella noche y conocía de oasis de agua salada. Parecen ser lo que no son y quien se acerca a ellos termina partiendo con más sed de la que tenia al llegar. Sin embargo, las vueltas de la vida te sorprenden cuando menos lo esperas. Tan repentinamente, sin previo aviso, sucedió sin más y preguntarse los motivos era perder el tiempo. Agradeció a Dios y comenzó a andar su camino hacia el origen de aquella música que continuaba escuchando sin pausa alguna. 
Se levanto de su silla y abandonó su mesa. Se dirigiría hacia aquel piano con un paso marcado y decidido. Noto la confianza que sentía y a medida que se acercaba dejó dudas por el camino. No pensaba en recogerlas al regresar, no iba a hacerlo. Prefirió continuar sin pensar en los riesgos y así sin quererlo se comprometería con lo desconocido. Seguiría hacia delante sin intentar escapar de aquellos ojos y su melodía. Al llegar cruzaron miradas y completo con sus palabras la letra de aquella canción. Supo que decirle porque había estado esperándola sin saberlo. 
Nadie nace sin destino y nadie muere a mitad de su camino. Sabemos el comienzo de cada historia y para descubrir su final solo debemos vivirlas. Vivir no es morir un poco cada día, vivir es hacer propia la vida. Tenía letra para aquella música y no dudaría en escribirla... 




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Adiós y hasta pronto

Podría empezar por el principio, como toda historia común y corriente. Podría ser una narración más, una vivencia que sucedió, un cuento. Sin embargo no se trató de nada de eso, fue algo diferente, muy diferente. Y es aquí donde el lector se encuentra con el final, antes de conocer su comienzo. Picardía del destino, ironía del camino y un sinfín de preguntas al olvido. 
Cuentan quienes lo vivieron que un "adiós y hasta pronto" nunca se trata de una promesa vacía, de una forma de decir ni siquiera de una tradición. Un "adiós y hasta pronto" envuelve un "te vuelvo a ver, no sé cuándo ni cómo, pero lo haré". Promesa que promete, si las hay. Cuentan también que cuando una despedida se tiñe de ese sentimiento mutuo quedan en el tintero muchas palabras que jamás conocerán el exterior y muchas veces morirán antes de nacer. Guardadas y luego olvidadas, aquellas sabrán más de lo que deberían y por eso se las obligará a callar. Sentirán en lo secreto, en el silencio del anonimato. Amaran, extrañaran, sufrirán y se pasaran toda su existencia entre sombras de recuerdos que con el tiempo se irán desdibujando pero nunca desaparecerán. 
Y no fue la excepción su historia, aquella que los unió y los separó casi al mismo tiempo. Se despedirían con tanto por decir que callarse sería tal vez el error más acertado que tomarían. Escribirían sin palabras sus mejores frases para escucharlas sin nombrarlas, sabiendo que sus nombres aparecerían juntos. Con la pluma de los sueños inconclusos llenarían hojas en blanco sin sospechar que las mismas dirían más de lo esperado.  Las leerían con el tiempo y recordarían con una sonrisa cómplice al pensar en ello. 
El intentaría encontrarle sentido a su partida, ella se lo daría. A veces las cosas suceden sin más y oponerse sería una necedad de su parte. Con esa idea descansaría en la soledad de sus pensamientos descubriendo de mil maneras lo especial que había sido su encuentro. Porque encontrarse en esta vida no es algo fácil y mucho menos sin buscarse. Entendería con los días que a pesar de todo ya no sería el mismo y eso le gustaba. Quedaría con él un poco de ella. Se llevaría su recuerdo, su huella. Llegaría a tener la certeza de que algunas personas permanecen sin necesidad de estar presentes. Ausencia que no alcanza para que estén ausentes.
Volvería una y otra vez sobre aquel encuentro. No se trataría de una rutina producto de la nostalgia aunque quizás si de un impulso. Es que un encuentro no necesariamente termina en una despedida. Encontrarse sucede y no se puede negar con un adiós. Tendría en claro que un camino que se cruza con otro no son dos sendas que van a la par, lo sabía. Pero también sabia que no conocía el plano completo. Y eso lo dejaba tranquilo. Como un iluso o soñador, cualquier motivo le era suficiente para esperar que más adelante las vueltas de la vida terminarían lo que habían comenzado. Y a veces es así. Solo Dios sabe que sigue, que pasos se suceden unos a otros y uno solo debe transitarlos dejándose llevar.
Cuando estamos en el rio correcto, ir contra la corriente no significa revolución sino pérdida de dirección. Lograr dar con él hace la diferencia, luego se trata de seguir su voluntad. Al fin y al cabo no es difícil de entender. No es difícil hasta que, sin querer, tocamos puerto en el lugar equivocado. Es ahí donde las dudas toman fuerza y quedarse o seguir se torna la decisión más importante a tomar. Así como dos destinos que se cruzan lo hacen para seguir en direcciones contrarias, avanzar es dejar atrás. Y se avanza cuando no estamos donde deberíamos quedarnos. 
Correría el riesgo de soltar su mano y dejarla ir. Ambos sabían que no era su tiempo y la despedida saludaba a un pasado muy cercano. Demasiado cercano. Dicen que las distancias son relativas y solo dependen de nosotros. Se puede estar cerca a lo lejos y distante en lo próximo. Fue por eso que prefirió alejarse y sentir que su recuerdo la haría sentir presente a su lado. Seria quien le permitió ser su mejor versión y hacia allí caminaría. La miró a sus ojos y su mejor despedida enseño su más ansiada promesa, adiós y hasta pronto...


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No era un día para recordar

Como quien con nostalgia extraña, quien sueña se deja perder entre mundos de otro mundo sabiendo que nos está permitido dejar la realidad y avanzar por lo desconocido de lo imposible. Cada tanto olvidaba visitar el recuerdo y el presente lo dejaba sin palabras. No lo hacía siempre, prefería vivir de pasados a tener que construir futuros que nada tenían que ver con aquel nombre. Un  nombre que en pequeñas visitas lo había cautivado. Nada tendría que haber pasado de tal forma, porque eso era lo normal decían. Con el tiempo aprendería que lo normal solo lo es cuando quien lo dice es uno mismo. Y en ese presente se había quedado sin palabras. Que ironía. No creía necesario tener que mencionar algo, solo que le extrañaba no tener nada que decir. Él, quien siempre había sido quien tenía la iniciativa, ya no podía siquiera esbozar una sonrisa al verla tan cerca de alejarse para siempre. No podía o no quería, aun no lo sabía. Una parte de su ser quería algo mas, una jugada inconclusa no es un final, repetía, solo se trata de una pausa. Una pausa entre dos momentos que al fin y al cabo nada iban a cambiar la historia. ¿O si? Dudaba ya de todo y aquella pregunta no era la excepción.
Cuando llegamos a un camino que se bifurca, la decisión que tomemos solo nos alejara del camino que dejemos. Sin embargo, si nos quedamos frente a ambos aun estamos a tiempo de todo, y eso no era poco.  Tampoco era mucho, eso también era cierto. No se trataba esta vez de ver el vaso medio vacío o lleno sino de preguntarse qué es realmente lo que queremos. Aunque no siempre estamos seguros. De hecho, nunca lo estamos.
Caminó en círculos mientras sus ideas lo envolvían una y otra vez en dudas que no hacían más que alejarlo de tomar una decisión. Y tenía que tomarla llegado el momento. ¿Intentaría regresar después de haberse confundido? Ya había escrito sobre aquellos caminos que solo son de ida, y este era uno de esos. Mientras le hablaba a su soledad en silencio, un rocío amenazo con lluvia aquel día dejándolo en medio de una tormenta minutos más tarde. En plena lluvia recordó que mojarse a veces no es tan malo y olvido por completo el malestar de verse empapado una vez más. No sería la primera vez que del cielo lo recibieran con gotas frías y sin sentido. Sin sentido para él, porque de alguna forma las tormentas son necesarias. No están  de más. Terminaríamos por quererlas al final del recorrido sabiendo que por las mismas hemos cambiado. Y los cambios son necesarios. Algunas personas se acostumbran a caminar bajo el agua y no es motivo de conformismo el mostrarse así, sino más bien es creer que en un mañana el sol volverá a salir. También recordó que probablemente aquella tormenta no solo lo sorprendería a él sino también a ella y con un dejo de impotencia se volvió sobre sus pasos y dejó sobre sus huellas ideas de abrazos que la lluvia se encargó de borrar. No era un día para recordar.

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Jugar a perder

Y en sus caprichos quiso amar y descartar con igual velocidad, se olvidó que en eso no se puede jugar. Pretendió ser niña en un mundo de adultos, quiso curar las penas comprándose indultos al precio de promesas que no pudo cumplir. Por sentirse débil busco los brazos de quien siempre la espero a ciegas. Se olvido también que demorar ese abrazo abre los ojos de quien sea, hasta en plena oscuridad.
Quiso sentirse amada, sentir que había razones para avanzar y al encontrarlas soltó la mano de quien en su caída no dudo en levantar.
Impulsiva y desafiante, decidió ir en busca de felicidad sin pensar en lo que realmente quería. No pensó en las consecuencias y con insistencia golpeó puertas olvidadas. Ella aun las recordaba y sabía que tras las mismas dormía un pasado que no pasaba. Con futuros entre sus manos, con promesas y sin dudarlo, ofreció más de lo que podía dar y se daría cuenta de ello al momento de volverlo a pensar. Sin querer lastimar hizo más daño que tomándoselo en serio y cometió adulterio a la buena fe engañándola con sus propios miedos.
Fue en el silencio que dijo su verdad, ya que con palabras nunca supo hablar. Escondió su mejor disfraz tras el placard de la soledad mientras a tientas lograba escapar de aquel espejo que nunca reflejó su realidad. Soñó con más, quiso saciar su orgullo con quien debió también soñar, mas prefirió seguir su camino sin advertir que el destino gastaba ya su segunda oportunidad. Qué pequeña diferencia entre soñar y vivir, entre realidad y sentir, entre lo que haces y lo que decís. No se trata de intensiones sino de acciones y en tus pasiones nunca mi nombre se escribió correctamente. Entre tus hojas mi historia nunca tuvo un capitulo sino más bien un titulo que citarlo esta demás. No fue contado para ser leído sino más bien oído en bocas ajenas a tu verdad.
Y en su inocencia aparente, su frescura ocurrente, imaginó caminos que comenzó a recorrer. Bajo al papel ideas y les dio forma, trabajó en ello y fue placentero verla crear. Pero al aburrirse de su propia iniciativa dejo sin vida aquella verdad y siguió sin darse cuenta a quien acababa de matar.
Los sueños nacen para morir, de eso no hay dudas, pero muchas veces volvemos a soñar lo mismo una y otra vez aunque ya no causan la misma impresión. Con un gusto a deja vu, con un tinte conocido, la pluma que los escribe ya sabe que lo sabemos y es por eso que sus dichos no convencen tanto como hace tiempo.  
Fuiste niña y no mujer, fuiste lo que nunca seré, irresponsable y sin temor a equivocarte terminaste cometiendo el error que siempre buscaste. Jugaste a un juego que mío nunca fue, me invitaste a destiempo y ya había perdido. Con el tiempo aquella niña crecerá y se dará cuenta que al final, hay juegos que no debe jugar...

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En tu mirada mi historia.

Había pasado tiempo y aquella mirada aun lo miraba. Perdida en el tiempo, pero no en el recuerdo. Aun estaba presente, no había sabido estar ausente. Como quien pretende lo imposible se había jurado no volver a nombrarla, como si en ello se encontrara el olvido. Que confundido estaba. Después del abismo no había camino y lo que quedaba solo era el regreso. Recorrerlo se trataba de una utopía sin soñador, una ilusión sin ambición. Habría sabido escribir la historia que algún día creyó estar protagonizando pero la pluma se quedó sin tinta antes de terminar la primer hoja. No había mucho más que contar, ya no había héroe que citar ni princesa que salvar. Un cuento que terminó antes de tiempo, una historia que no fue leyenda porque el destino se olvidó de escribir. ¿Qué faltó? ¿Qué falló? Preguntas sobrarían y respuestas no aparecerían. Se cansaría con el tiempo de buscarlas. Dejaría de hacerlo y prometería seguir hacia adelante. Un futuro incierto y austero, en soledad. Avanzar y seguir. ¿Hacia dónde? Tampoco respondería a esa pregunta. No estaba seguro de poder hacerlo. Simplemente caminaría hacia adelante. De esa forma dejaría atrás su pasado y esos ojos, sus ojos que aun lo miraban.
Es curioso como la vida termina por enredarnos según pasan los días, los meses y la vida misma diría. Las idas y vueltas son eternas y sorprenderse con darse cuenta que caminamos en círculos no es ninguna novedad. Te escuche decir que la vida se vuelve rutina y la rutina la volvemos vida. Y tenías razón. Pasó el tiempo y mi rutina fue olvidarte. Mi vida fue entonces tratar de hacerlo. Pudiste ser alguien más, de hecho debiste ser alguien más. Pero no fue así y ese fue mi mayor error. O tal vez mi mayor acierto. Pensarlo demasiado a veces confunde más. 
Entre otoños que enmudecieron ante un invierno crudo que avanzó, su mirada cálida volvió a mirarlo sin siquiera pestañar. Podía ser un sueño, pero él conocía de sueños y esto era algo más. Un deseo tal vez, aunque difícilmente realidad. Para lograr aquello se necesitaba más que desearlo y no estaba seguro de querer intentarlo siquiera. Sus dudas no eran en vano, aun sus heridas le impedían amar, incluso querer. Se trataba de un presente que sabía a pasado y aquel gusto amargo era difícil de superar. Su adiós y no me olvides tuvo ese mismo sabor. Aprendería a la fuerza que vivir de impulsos hace que vayas rápido pero recorras poco. Aprendería a la fuerza que nada de eso se aprende, solo se vive.
¿Qué somos acaso? ¿Lo que deseamos, lo que intentamos o lo que logramos ser? Lo deseado es inalcanzable si no se logra, pero no se logra si no se intenta. Un paso lleva al otro y mis pasos hacia ti. No me culpes ni te culpo. Hoy ya solo son palabras y no besos los que tengo, mas no pienso ya callarme por sentir. Cuentan que fue el escritor más sabio quien gritó con su pluma las palabras que tenía consigo. Prefirió la eternidad de lo escrito a lo fugaz de lo dicho. Porque lo hablado se recuerda y los recuerdos a veces se olvidan, mas la historia contada por quien la escribe se hace perpetua entre sus hojas. Y así decidió él dejar su verdad: escrita. Su razón para escribir la nombraría sin querer, como quien busca para encontrar, incluso sabiendo que ya esos caminos no debería volver a recorrerlos. A decir verdad no sabía bien lo que quería, eso era claro, pero se volvería a preguntar una y otra vez si realmente eso alguien lo sabría...


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